Se puso a pensar en él, en lo que le gustaba ese chico. Cada
vez la resultaba más difícil expresar con palabras todo lo que podía llegar a
sentir por él. Después de haber pasado juntos las últimas veinticuatro horas,
echaba de menos todo... sus manos, sus ojos, sus labios, sus risas, sus
canciones, sus historias, su habitación, su colchón, sus zapatillas… y eso que
solamente llevaba tres horas sin él. Suerte que si se acercaba las manos a la
cara, todavía podía sentir su olor. Se sentía tan feliz, que la daba miedo. En
medio de esa sensación extraña, la encantaría poder gritar por la ventana que
estaba loca y perdidamente enamorada de él, la gustaría no parar de enviarle
mensajes confirmándole su amor, sería capaz de estar toda la noche hablando con
él, sin pegar ojo, firmaría donde fuese para no separarse nunca de él, pero también, la encantaría explicarle porqué a veces no se
entiende ni ella, así que cogió papel y lápiz y empezó a escribir, como si del
famoso manual de instrucciones se tratara, con la esperanza de que algún día lo
leyera y la pudiera comprender:
Hay veces que no consigo controlar mis celos, mis miedos,
mis dudas… y siento que voy deteriorando poco a poco la historia tan bonita que
hemos creado y, después, cuando pienso en que puedes hartarte y yo perderte, me
da más miedo aún. No es que no confíe en ti; es que no confío en que yo te
pueda gustar para siempre, en que me puedas querer tanto que nunca te vayas…
Igual porque lo he vivido de cerca… Entiéndeme esas veces, y ayúdame a no pensar en esas cosas que nos
hacen discutir, cállame con un beso, y si es mejor un abrazo, que sea un
abrazo-beso de esos, en los que consigues que me sienta única. Si aún así no consigues
callarme, no te hartes, por favor, porque no quiero que te vayas, lo único que
quiero, en ese momento, es que te quedes más y más cerca. Puede que las “broncas”
sean una extraña forma de pedir que me quieras. Soy así de difícil, o así de
fácil (ahora que te lo he confesado) y así de rara...